4 días en Rurrenabaque: Mi experiencia en la Selva Amazónica de Bolivia

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Hoy os contamos las aventuras de Paula S. Valluerca, nuestra Exploradora Howlanders que se encuentra descubriendo el Parque Nacional de Madidi y Pampas del Yacuma, en la Selva amazónica de Bolivia. Ella nos relatará en primera persona todos los detalles del tour en su diario viajero.

Día 1: Rurrenabaque ciudad

El vuelo desde La Paz al destino de Rurrenabaque, desde donde empezaba mi aventura, era impresionante. Se podía observar una diversidad de paisajes enorme, en tan sólo 45 minutos.

Cuando bajé de la avioneta de Amazonas ya me estaba esperando Selim, vestido profesionalmente con su chaleco de guia oficial, y Boris, el chófer, también con su chaleco correspondiente. Aluciné con la puesta en escena. ¡No me esperaba semejante bienvenida! Sobre todo con todos esos «señorita»-s, «para lo que necesite» , «estamos a su disposición«… me sentía Pretty woman (en la segunda parte de la película, claro).

Me quedé en el hotel Ambaibo, el cual me recomendaron ellos mismos. Las habitaciones eran un «horno de pollos», (la de aire acondicionado era carísima) pero para dormir no me molestó. Antes de mi momento de indulgencia chapoteando en la ‘pisci’, me enviaron un guía a la puerta del hotel con su moto y él me llevó por todo el pueblo.

Lo primero que hizo fue descubrirme un mirador desde el que la vista recogía todo lo que íbamos a recorrer más tarde: casco viejo, río Beni, y los barrios de las afueras. Durante dos horas y media, Eber, que iba a ser también mi guía en la selva, me contó su vida, y la de su pueblo.

Vistas desde el mirador en Rurrenabaque

Después fui a «almorsar» el mejor menú del día que he probado hasta ahora en Bolivia. Sopa, guiso de pollo, y queque de limón…¡por 21 bolivianos! (2,6 euros). El sitio se llamaba Luz de Mar. ¡Tenéis que ir si estáis por ahí!

A mí me encanta comer, y siempre que viajo también lo hace mi paladar… y mi estómago. (Esto no es siempre tan glamuroso como suena). En el caso de Bolivia su cocina no era algo que hubiera destacado, hasta que llegué a Rurrenabaque. Con la buena experiencia del almuerzo, me animé y le pedí a Selim que me recomendara también un sitio para cenar.

A las 8 ya tenía hambre y fui al Nomádico, cerca del puerto. El restaurante lo llevan Pol, un Australiano- Boliviano, y su cuñada. Orgásmica experiencia. El mejor plato que he probado en Bolivia, un curry de pescado acompañado de verduras al vapor, acompañado con una Paceña (cerveza). Después entablé conversación con él, muy amigable (y generoso con la cerveza), y tuvimos una sobremesa muy interesante.

Me contaron que los turistas últimamente visitan sólo la selva y las pampas, pero ni siquiera hacen noche en el pueblito, -como pasaba antes-, según el australiano. Estaban sufriendo una caída de turismo brutal, que estaba llevando a muchos restaurantes y hoteles a cerrar.

Por eso os animo a, si tenéis la oportunidad, pasar por aquí y deleitaros con lo que este pueblo puede ofreceros.

Día 2: Reserva Natural Madidi

La mañana del primer día de excursión a la selva salimos de la embarcación a ¡las 6 de la mañana! A mí que me cuesta madrugar, esta vez lo hice encantada. Selim pasó a buscarme a las 5.45 y de ahí fuimos a recoger a la familia con la que compartiría el tour. Venían de California y la madre, Wini, era boliviana. ‘My name is Joe’ -dijo el padre-, ‘and these are Sofía and Adrián’-. Dos niños se acercaban hablando de todas las tortugas que íbamos a ver en la selva. -Más vale que las veamos -pensé- Si no, la hemos liado.

Rumbo a la Reserva Natural Madidi, mientras navegábamos por el río Beni, vimos un caimán. A mi me pareció que sonreía maliciosamente. Después pasamos por una comunidad indígena donde estuvimos con gente que vive sin Youtube, sin Facebook y sin luz artificial. La cobertura de nuestros móviles ya había muerto: Comenzaba la desconexión digital y la conexión con La Pachamama.

Barco con turistas en el río Beni

Ya en el Eco Lodge, desayunamos empanadas de queso, papaya, sandía, y pankakes; (así, como suena, sin acento inglés).

En la primera caminata, Eber nos mostró una palmera que podía andar (5cm al año, ¡no os flipéis!), mariposas gigantescas, termiteros enormes pegados a los árboles, hormigas «bala» (dicen que su picadura duele tanto como un disparo), arañas coloridas tejiendo telas por todas partes, árboles que tenían raíces rojas y sangraban chicle, y otros que producían goma (en su momento, unas de las industrias más importantes de esta zona).

Era fascinante ver cómo se movía Eber por la selva. Caminaba lento, con su cuerpo alerta. Guardaba silencio. Se detenía. Miraba en todas las direcciones con movimientos de cabeza rápidos y cortos, como si fuera un pájaro. Husmeaba el aire intensamente.

Me tenía encandilada, para qué nos vamos a engañar.

Mariposa en la reserva natural de Madidi

Cuando llevábamos una hora de caminata, nos pidió que no habláramos. Estuvimos ahí, quietos y callados, lo que a mí se me hizo una eternidad. No sabía qué pasaba, pero no me atrevía a preguntar.

De repente, rugidos. Rugidos largos, eternos. Aullidos que se solapaban los unos con los otros: Había más de uno. Formaban un canon de llantos amenazadores y estaban muy cerca. Muy alto. ¿Qué eran? ¿Leones? ¿En la selva? , ¿Panteras? ¿Leones y panteras? Lo que estaba claro es que eran bestias, y eran grandes. Los sonidos se alargaban en el aire, llenaban hasta el último rincón de la selva.

Monos Aulladores’ -Dijo Eber-.

Los vimos trepar, pelear, saltar de un lado al otro, y los escuchamos rugir y aullar durante media hora. Ojalá hubierais estado allí. Me sentía un personaje de «Parque Jurásico» pero sin el mal rollo de saber que acabaría muerta. (Uf!)

Día 3: Rurrenabaque, el río Beni y los papagayos en libertad

La segunda noche diluvió en la selva. No paró de llover hasta la tarde del día siguiente. Me pasé el día leyendo y escuchando la tormenta. Era relajante.

La lluvia no suena igual en la ciudad. Las gotas estallan sobre el asfalto y éste apaga su música. En la selva revientan contra las enormes hojas y el lodo, y el sonido te envuelve.

Cuando dejó de llover nos dirigimos hacia una zona del Parque Madidi donde, según Eber, la selva era más densa. Pasaríamos allí la noche.

Ya en el campamento preparamos nuestras camas al aire libre sobre una plataforma y bajo un techo de madera. Después nos preparamos para caminar montaña arriba. Íbamos hacia un mirador donde se podía ver a los papagayos volar sobre los árboles, dirigiéndose a su nido para pasar la noche.

Llegamos al lugar hacia las seis. Nos encontrábamos en la cima de un monte que nos elevaba sobre el río Beni y la selva amazónica, de un verde brillante. El cielo se empezaba a teñir con los colores del atardecer.

Comenzaron a llegar los pájaros. Volaban en parejas y mantenían sus alas abiertas aprovechando el viento. El rojo y azul de sus plumas contrastaba contra el verde de los árboles que tenían debajo.

Vistas desde el río Beni del atardecer

Pensé en lo débiles e indefensos que parecían en los shows de papagayos parlantes del zoo y en lo tremendamente poderosos que eran en ese momento.

Mucho más poderosos que yo.

Y mil veces más libres.

Día 4: Último día en la Selva de Rurrenabaque

El último día me levanté sabiendo que se había acabado lo bueno. Dentro de tres días volvería a España (oye que ni tan mal, a ver a mi novio, amigos y familia) pero ese estado de búsqueda permanente en el que me había sumergido este viaje, haciéndome sentir tan viva y tan feliz, se iba a empezar a apagar inevitablemente. ¡Por lo menos hasta el próximo viaje!

Salí de la cama, fui a desayunar al Eco Lodge (cómo iba a echar de menos esos pankakes con acento latino) y me puse a jugar con los pecaris (las mascotas del Señor Javier, administrador de la finca).

¿Que qué son los pecaris? (Yo no lo sabía hasta que conocí a éstos):

Imaginaos dos yorkshires juguetones e hiperactivos que siempre van juntos y les encanta que les hagan caso y les acaricien. Ahora ponedles cuerpo y cabeza de jabalíes. ¡Ya está!

pecaríes en rurrenabaque

Estábamos caminando por ahí cuando nos encontramos a Morena, la otra mascota del Eco Lodge. En Bolivia y en Perú me sorprendió el hecho de que muchas familias tenían en su casa mascotas exóticas; papagayos, tortugas gigantes, ¡Hasta cocodrilos!

Morena es un ave negra patilarga con una motita blanca en el trasero. Los niños de la familia eran muy profesionales y siempre miraban los nombres científicos de los animales que nos íbamos encontrando en un libro que les había dejado Éber, el guía, pero yo nunca supe su nombre oficial. ¡Perdona Morena!

Estuvimos caminando un rato mientra ella me picaba el dobladillo de los pantalones (sospecho que había algún insecto escondido que le serviría de almuerzo).

Por la tarde, Éber nos llevó a dar un paseo por un área habilitada por la organización del parque Madidi. Allí, Éber nos contó tristemente los planes del Gobierno para el río Beni. Iban a dar el visto bueno al plan de una empresa hidroeléctrica de construir una represa en el río Beni.

Según lo que entendí, este plan supondría una grave amenaza para éstos pueblos ya que el curso natural del río cambiaría, y con esto la dinámica reproductiva de los peces. Como consecuencia, podrían desaparecer de la zona varias especies de flora y fauna, que representan los recursos con los que cuenta la gente en su día a día.

Mi amigo boliviano estaba seguro de que la represa llenaría los bolsillos de algunos pero forzaría a otros a abandonar sus casas y poblados. Y yo sólo podía pensar en lo duro que iba a ser el tener que dejar de viajar y volver a Madrid, a mi confortablepisito de La Latina, con todas las facilidades y servicios a dos pasos de casa. Los problemas del “primer mundo”…

Lily

Lily es feliz con una mochila en su espalda. Cada año recorre un país de América Latina y ha repetido varias veces, sobre todo Perú donde dice sentirse como en casa (aunque dice lo mismo de Argentina, Chile y Bolivia).

Le encanta el ceviche, el senderismo y los picnics de los domingos con sus amigos, aunque siempre que le preguntes, estará planeando su próximo destino.

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